Esta es la cubierta de mi última novela, "Por mi gran culpa", ganadora del Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe 2020, y que ha sido publicada por la Editorial EDAF.
lunes, 21 de diciembre de 2020
martes, 15 de septiembre de 2020
El pasado día 3 de septiembre, un jurado compuesto por, entre otros, los escritores Lorenzo Silva, Fernando Marías y Marcelo Luján, le concedió a mi nueva novela POR MI GRAN CULPA, el XXIV Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe 2020.
Al respecto de la obra, el escritor Fernando Marías ha dicho de ella:
"Como lector de novela negra busco el vértigo de lo novedoso, la atracción por una narración sorprendente que discurra por delante de mí. Por mi gran culpa arranca con un gran poderío, toda una invitación a seguir leyendo que no deja opción a la mirada lectora. Gran riesgo en la propuesta, mayor riesgo aún en la voz narrativa."
La novela será publicada por la editorial EDAF el próximo mes de octubre.
lunes, 20 de abril de 2020
Continuo (Final)
… A la hora
de la cena los ecos de la euforia suenan ya lejanos. O inexistentes. O
inventados. También la sonrisa y los labios reventones de mi vecina se han desleído
con rapidez entre las primeras sombras de la tarde. Es lo que sucede cuando el
sol declina con esa lentitud de los carceleros indolentes. Pero, aun entonces,
por el oeste, sobre la línea y costura de las primeras montañas, el cielo
adquiere hoy un ligero tono anaranjado que recuerda mejores atardeceres, lo que a estas alturas del confinamiento quizá no sea ni cuerdo ni apropiado.
Qué cenamos hoy. No sé. Y en la mesa tendemos a repetirnos de forma inevitable;
mismas pautas, iguales silencios, idéntico programa inane de fondo en la
televisión. No vemos las noticias. Apenas vemos las noticias. Solo levantamos
nuestras cabezas de autómatas del plato cuando oímos risas enlatadas o para ver
fingidas muestras de amor en la pantalla. De vez en cuando cruzamos la mirada y
sonreímos condescendientes. O insatisfechos, quién sabe. Pero nada más. Hubo
otras noches en las que cenábamos fuera de casa, con amigos y risas menos
forzadas, bebíamos vino en copas y charlábamos por los codos. Yo, con intensidad, sobre paraísos
imaginarios. Ella, con mesura, de nuestro zozobrante paso por la Tierra. Ya no
sucede. Mientras me lavo los dientes voy recordando aquello y pensando en el mullido sepulcro que es
mi sofá. Las dos cosas. Hoy toca cine clásico y me apetece que lo disfrutemos juntos. Pero
ocurre que, mientras yo veo atento la película, ella se la pasa mensajeando a
la familia, algo que, si me apuras, es normal, porque está lejos. También su
familia. Así que no es hasta que el The
End aparece superpuesto sobre una casa en llamas, cuando nos volvemos a
mirar y nos damos el otro beso del día. El de buenas noches. Es entonces cuando
ella se va a la cama a leer y yo salgo un minuto al patio interior para
escuchar los quedos lamentos de un cielo estrellado, y la monótona salmodia de
un mundo de ventanas insomnes por culpa del mismo tedio invencible que también
me anega a mí. Vuelvo al sofá un poco destemplado, me arropo con la manta y, para acabar de entrar en calor, me pongo a pensar en la tierna mirada de Joan
Fontaine. Hoy tocaba cine clásico.«Anoche
soñé que volvía a Manderley…»
sábado, 11 de abril de 2020
Continuo
Cada
mañana me despierta el vecino que toca el piano. Es ambicioso, pero como las
paredes no evitan la claridad de sus errores intentando interpretar a Debussy o
a Yann Tiersen, yo amanezco contrariado. Con la taza de café en la mano, me
asomo al patio con cuidado de no espantar a los gorriones que se posan en el
muro medianero o revuelven con sus picos y sus patitas la arena de las macetas.
Ahora son muchos más que antes del encierro y se les ve más dispuestos y
cantarines. Los miro absorto, ensimismado en sus trinos, y no puedo evitar
recrearme en una nada algo dolorosa. Luego me siento frente al ordenador para
atender el poco correo laboral que a estas alturas me llega. No leo la prensa. Apenas leo la
prensa. Tampoco navego por las redes que antes tanto frecuentaba. Solo atiendo
el correo y después le dedico un tiempo a la novela que he comenzado. Corrijo, borro,
improviso y no tardo mucho en cansarme. Casi no avanzo. Cuando mi pareja se
despierta y viene a darme el beso de buenos días yo ya estoy hastiado de no escribir.
Es como si ese beso acelerara mi apatía. Entonces me pongo en pie y, o me
asomo un segundo a la ventana para ver si por casualidad la veo a ella, o recorro lentamente
las estancias de mi casa con las manos metidas en los bolsillos de la sudadera
que se ha convertido en mi sudario. También leo durante un rato. A Le Clèzio, por ejemplo, o a
Sánchez Espeso. Y algo de poesía. Luego llega la hora de hacer la comida. Yo preparo la ensalada y pongo la mesa mientras ella cocina. Una tarde,
hace ya tres semanas, le ayudé a hacer galletas. Fui yo quien le pedí entusiasmado
que me enseñase a hacer galletas para que fuésemos cómplices en alguna actividad. Y fue divertido. Y salieron buenas. Pero
hasta de eso me cansé la primera vez que las horneamos. Después de comer trato
de echar la siesta -sin persignarme, sin llegar a soñar- y después encadeno capítulos de series que
no me interesan demasiado y que elijo sin mucho criterio, solo porque parecen que
son de acción o de intriga. Así paso la tarde hasta que me pongo a hacer
ejercicios sobre una esterilla que extiendo en el salón. Sigo con sobrepeso. Me
gusto incluso menos que antes de que comenzara el confinamiento. Después de la ducha tocan las ocho y salimos al
balcón para aplaudir y sonreírnos esperanzados. Incluso a veces nos hemos besado en mitad de esa artificiosa euforia que se crea durante esos escasos minutos. Y entonces la vecina de enfrente por fin se asoma. Y sin que ni mi pareja ni ella lleguen a advertirlo, yo me aferro a su aparente alegría, a su cabello dorado y a sus labios rojos recién pintados.
Desde algún balcón siguen sonando el Dúo Dinámico...
martes, 25 de febrero de 2020
Entrevista en "El Ojo Crítico" de RNE.
Os dejo la entrevista que, a propósito de mi novela "Antes. Entonces. Nunca", me hicieron el pasado mes de noviembre en el programa cultural más prestigioso de la radio española. Me refiero a "El Ojo Crítico", de RNE.
* Pinchad en el nombre del programa.
* Pinchad en el nombre del programa.
lunes, 30 de septiembre de 2019
Razones para leer "ANTES. ENTONCES. NUNCA"
Mariano Zurdo, el editor de Talentura, explica de una forma amena, simple y clara, por qué deberías de leer mi última novela.
jueves, 20 de junio de 2019
Viernes. Primavera
Mi pueblo está encorsetado entre medias
montañas que lo confinan frente al mar, con lo que, cuando está nublado, con
esas paredes angulosas de esa ensenada y el techo bajo que forman
las nubes, el entorno adquiere una dimensión recogida y estrecha. Hoy ha sido
uno de esos días, pues el cielo ha amanecido emborronado de unos estratos
grises que lo oscurecían todo un poco. Además, cuando ya estaba en el coche ha
comenzado a chispear a un ritmo lento y sincopado; poca cosa, lluvia escasa apenas salpicando de letras sueltas el
parabrisas; lo que ha propiciado que, mientras escuchaba el parte horario,
detenido en un semáforo, me diera por entretenerme formando abracadabras que
obraran el milagro de que el tiempo despejase. Una 'v' aquí, una 'i' más allá,
un par de 'es' flanqueando las gotas de dos consonantes y, al final, cuando ya
despuntaba el primer claro, he visto caer y derramarse una suave y escurridiza
's'.
jueves, 23 de mayo de 2019
Mañanas de domingo
Un policía avejentado, lleno de dudas y con mal
de amores, está al acecho. Un crimen atroz e inesperado cometido bajo una
lluvia torrencial. Clima y climax, una vez más de la mano... lo de siempre.
Aquí no llueve. Solea sin avalanchas y el día
es limpio y esponjoso como en un anuncio de detergente. Ella continúa
durmiendo. Yo me terminé el café hace ya un par de capítulos. En un momento
dado, cansado de virajes sorprendentes, levanto la vista del libro para tratar
de percibir el estado de las cosas y noto cómo me envuelve un silencio casi
absoluto, ni un solo ruido que ayude a despistarme; ni pájaros ni brisa, ni
tráfico a lo lejos, ni indicio vecinal. Nada salvo el repentino y meloso sonido
de la lengua de Zac, que tras un escorzo circense ha comenzado a revolcarse en
el frío gres y a lamerse su pelaje. La miro durante unos segundos y me da por
pensar que los gatos se parecen bastante a los domingos en que no hay quien los
entienda.
jueves, 9 de mayo de 2019
Presentación en Madrid
Amigos de Madrid, llegó el día.
Mañana viernes día 10 –siempre en viernes– presentaré mi
última novela en la capital. Ya tenía ganas de volver a esa ciudad con un nuevo
libro que ofrecer.
Os espero.
viernes, 22 de febrero de 2019
Antes. Entonces. Nunca
Una nueva andadura.
Un nuevo proyecto.
Una aproximación, de lo más personal, al mito de Narciso.
El próximo día 28 de febrero saldrá a la venta mi nueva novela, Antes. Entonces. Nunca, publicada por la editorial madrileña Talentura Libros.
jueves, 15 de noviembre de 2018
En rojo
Al llegar al
semáforo ella ya estaba allí detenida, con su coche blanco, a una hora en la
que las primeras luces de la mañana de este jueves apenas conseguían despuntar entre fríos bostezos.
La primera vez nos hemos mirado por casualidad, por puro instinto. Yo he girado
la cabeza hacia mi derecha, justo cuando ella lo hacía hacia el espacio que mi
viejo utilitario acababa de ocupar. Solo ha sido un instante pues ese pudor
propio de los desconocidos ha hecho que ambos, como movidos por el mismo
resorte, volteáramos al unísono la vista hacia el frente. Pero
unos segundos después, muy pocos, alentado quizá por la cálida música de Radio
3 que sonaba en ese momento y atraído por aquella primera y fugaz
impresión que ella me acababa de trasladar, he vuelto a mirarla. Y allí seguía, sonriendo
con divertida timidez al saberse observada, con sus esponjosos rizos cubriendo
sus mejillas, con su naricilla hermosa y sus jóvenes labios; con toda una vida
ajena a mí por delante.
jueves, 4 de octubre de 2018
De madrugada
Fue un error. Porque si de verdad hubiera querido visitarla, hubiese también aprovechado para acariciar a un canguro, que es un animal cuyo tacto me inquieta porque nunca me acuerdo de si tiene pelo, como una llama, o piel, como los cerdos. Pero ya digo que fue algo involuntario, así que al instante puse la radio para despejarme y escuché un programa en el que se hablaba de Schubert y en el que se decían de él cosas tan hermosas, que me surgió la necesidad de buscar más información sobre el genio austriaco, autor de la frágil Serenade y de esas escuetas delicias que son los lieder. Y así transcurrió la noche a partir de ese momento. Plácida. Entre sus suaves acordes y la Wikipedia. Porque luego me dormí de nuevo y ya no volví a soñar con ella, que desde que rompimos y se fue, hace ya unos cuantos años, vive en un lugar recóndito de mi memoria, tan lejano o más que Australia.
jueves, 12 de julio de 2018
Calor sin ti
Aquel día que bajé a la playa -sería media tarde- el sol apretaba
tanto que, para poder soportarlo, me obligué a pensar en Groenlandia.
Como a quince metros de distancia de mi sudor,
una chica se incorporó hasta ponerse de rodillas sobre la toalla. Veinte años.
Vientre liso. Pecho discreto y firme. Desde ese equilibrio se atusó el cabello
y se humedeció los labios con la lengua. Su melena era del color de su biquini.
O viceversa. No recuerdo bien. Ante aquellos bellos versos, a la izquierda de mi otear, cuatro
jóvenes detuvieron al instante sus bárbaros juegos. Miraron a
la joven y les oí mascullar obscenidades y risas. En ese momento pasó un avión
sin dejar apenas marcada su estela -con lo que me gustan las estelas de los
aviones como metáfora nostálgica- y, junto a la orilla, unos niños estallaron
de alegría cuando su madre les echó agua con un cubo de plástico.
Miré a la chica, miré a los bárbaros, miré el avión sin estela, miré la inocencia del agua...
Continuaba haciendo tanto calor cuando cerré los ojos para mejor recordarte, que tuve que hacerlo imaginándome
tu piel como el cristal de un botellín de cerveza fría, fría, fría... Congelada.
jueves, 7 de junio de 2018
R.I.P.
Estás muerto. Te has muerto. Eres para mí
todos los muertos anónimos de este puto mundo.
Eres ese viejo que murió postrado en su
cama rodeado de la ausencia de quienes nunca le quisieron del todo. Eres aquél
al que unos asquerosos rapados molieron a palos hasta hundirle el mentón bajo
la cuenca de sus ojos. Por maricón. Eres el suicida reincidente que lo logra a
la de tres, después de haber intentado cortarse las venas poniéndolo todo
perdidito de sangre, y tras haber tratado de ahorcarse, con tal poco acierto al
elegir la rama más frágil del árbol. Eres un soldado de remplazo cosido a
balazos a las primeras de cambio, una anotación más en la planilla de la
morgue, un mal poeta seco por la tuberculosis.
Eres el tipo que se estrelló con su
motocicleta recién comprada y el abogado trepidante y chulito que la palmó de
un paro cardiaco. Eres un represaliado político al que le han dado el paseíllo.
Eres el que se llevó los tres navajazos en una reyerta pandillera y el yonqui
esquelético al que encontraron bajo el hueco de una escalera con la aguja aún
clavada en el brazo.
Eres un peatón atropellado al ir a buscar
el pan, ese negro que no logra cruzar el estrecho y el sin techo que en breve morirá
a golpes de vino peleón y soledad.
Que te quede claro, Raúl. Para mí ya no
eres nadie. Desde el mismo instante en el que ayer te vi pasear calle abajo,
cogido del brazo de ella, eres tan solo una lápida sin flores. Un nicho sin
nombre.
jueves, 5 de abril de 2018
Café frente al mar en día festivo
Nos sobrevuelan cuatro gaviotas planeando en fila rigurosa, como ciclistas descendiendo. Un viejo pequinés apenas llega a ladrarle al único niño de toda la terraza; lo mira jugar por ente las sillas vacías, mueve el rabo lentamente y le dedica un gruñido ronco que más parece un estertor. Pocas mesas ocupadas para ser un día festivo. Hace frío, aunque no tanto, y el mar viste de un verde apagado. Aún no son las once de esta mañana tan gris, y una pareja de extranjeros -menos de sesenta calculo que tendrán- comparten con calma y sin demasiado amor una botella de champán. Ella lleva un abrigo de piel y él gafas anchas y demasiado oscuras para tan poco sol. Todo en ellos resulta un poco gatopardiano.
Apuro mi café con leche haciendo coincidir el último sorbo con el final de uno de los capítulos del libro que me he traído. Levanto entonces la cabeza, miro la nada con la nostalgia de tiempos mejores -pienso en la enfermedad de mi padre y en cuando era más feliz con ella- y me subo la solapa de la chaqueta para resguardarme de la brisa. Al fondo, a unos diez metros enfrente de mí, la madre del niño, guapa, joven y de aire distante, hace lo mismo con su abrigo. Frunce el ceño y pierde la mirada en el mar. Parece que recuerda algo. O que sueña.
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