Un policía avejentado, lleno de dudas y con mal
de amores, está al acecho. Un crimen atroz e inesperado cometido bajo una
lluvia torrencial. Clima y climax, una vez más de la mano... lo de siempre.
Aquí no llueve. Solea sin avalanchas y el día
es limpio y esponjoso como en un anuncio de detergente. Ella continúa
durmiendo. Yo me terminé el café hace ya un par de capítulos. En un momento
dado, cansado de virajes sorprendentes, levanto la vista del libro para tratar
de percibir el estado de las cosas y noto cómo me envuelve un silencio casi
absoluto, ni un solo ruido que ayude a despistarme; ni pájaros ni brisa, ni
tráfico a lo lejos, ni indicio vecinal. Nada salvo el repentino y meloso sonido
de la lengua de Zac, que tras un escorzo circense ha comenzado a revolcarse en
el frío gres y a lamerse su pelaje. La miro durante unos segundos y me da por
pensar que los gatos se parecen bastante a los domingos en que no hay quien los
entienda.
3 comentarios:
Ya echaba de menos tus relatos.
Me gusta mucho la belleza con que relatas un momento cotidiano, tus descripciones que me sumergen en la atmósfera del instante.
Es siempre un placer leerte
Besos
Ya, ya sabemos tus seguidores de facebook que odias los domingos, jejejje
Maria
me gusta como escribes simple y bello
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