Aquel día que bajé a la playa -sería media tarde- el sol apretaba
tanto que, para poder soportarlo, me obligué a pensar en Groenlandia.
Como a quince metros de distancia de mi sudor,
una chica se incorporó hasta ponerse de rodillas sobre la toalla. Veinte años.
Vientre liso. Pecho discreto y firme. Desde ese equilibrio se atusó el cabello
y se humedeció los labios con la lengua. Su melena era del color de su biquini.
O viceversa. No recuerdo bien. Ante aquellos bellos versos, a la izquierda de mi otear, cuatro
jóvenes detuvieron al instante sus bárbaros juegos. Miraron a
la joven y les oí mascullar obscenidades y risas. En ese momento pasó un avión
sin dejar apenas marcada su estela -con lo que me gustan las estelas de los
aviones como metáfora nostálgica- y, junto a la orilla, unos niños estallaron
de alegría cuando su madre les echó agua con un cubo de plástico.
Miré a la chica, miré a los bárbaros, miré el avión sin estela, miré la inocencia del agua...
Continuaba haciendo tanto calor cuando cerré los ojos para mejor recordarte, que tuve que hacerlo imaginándome
tu piel como el cristal de un botellín de cerveza fría, fría, fría... Congelada.
6 comentarios:
La Lolita de tu banner podría ser la chica que ve el personaje de tu historia. :)
María
No sé si es un micro o una reflexión, pero ahí hay literatura. Me ha encantado.
Un pequeño amor de verano?😍
Precioso relato, me gustaría saber a quien recordabas en ese momento, solo por curiosidad.
No dejes de deleitarnos con tus relatos por aquí
Me ha gustado hallarte escribes muy a mi gusto un saludo desde Miami
El mismo calor que a veces nos invita a imaginar, nos lo impide en otras ocasiones. Supongo que todo depende del grado (de los grados). En esta ocasión, lamenté que no te permitiera seguir mirando, porque disfruté cómo cuentas lo que alcanzaste a ver
Un abrazo
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