Un segundo. Un instante
es suficiente para que la vida de un giro inesperado. Algo así, algo tan
socorrido como esto, ha debido de pensar Suárez en el momento mismo en el que
esta mañana ha percibido que se le precipitaban los acontecimientos. Porque eso
a veces se percibe.
Al escaparse hoy un par
de horas del trabajo, como solía hacer cada primera semana de mes, para
disfrutar de esa necesaria debilidad que convertía su anodina existencia en
algo más o menos soportable, se ha visto envuelto en una riña familiar y ha
acabado, sin comerlo ni beberlo, tirado por el suelo y desangrándose como un
marrano. Ni Suárez era un tipo deleznable, ni tampoco hoy es un día
especialmente señalado para la tragedia por la extraña conjunción de ningún
astro.
Pero el caso es que la
habitación, parca y mísera, ha quedado hecha un sin dios. Puro desorden. La
bella Helena; vestida con un vinilo, negro brillante; yace sobre la cama con los ojos
abiertos, y todavía boquea el estertor de los últimos instantes de una vida que
poco se parece a la que en algún momento pudo soñar que tendría. Suárez ha
caído de rodillas, amordazado, con las manos atadas a la espalda y con el consolador
introducido en su culo. En una de las sillas, justo en la que Helena disponía
el cilicio y un par de dildos más, se ve su maletín y su ropa colgada. Todo
salpicado de sangre.
Pasan unos minutos del
mediodía. Junto a la puerta, todavía nervioso y palpitante, Constantin, marido
y chulo de la chica, sujeta sudoroso un pequeño revolver del treinta y ocho. El
pobre parece arrepentido.
Agosto 09
4 comentarios:
Pero qué bueno eres. Todavía me sorprenden tus relatos.
Un ejemplo típico de tus historias literarias: muy duras pero escritas con toda dulzura.
Una delicia.
María
Genial, como siempre...
Besos
qué bueno. me ha gustado muchísimo. Da gusto leerte
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