Al llegar al
semáforo ella ya estaba allí detenida, con su coche blanco, a una hora en la
que las primeras luces de la mañana de este jueves apenas conseguían despuntar entre fríos bostezos.
La primera vez nos hemos mirado por casualidad, por puro instinto. Yo he girado
la cabeza hacia mi derecha, justo cuando ella lo hacía hacia el espacio que mi
viejo utilitario acababa de ocupar. Solo ha sido un instante pues ese pudor
propio de los desconocidos ha hecho que ambos, como movidos por el mismo
resorte, volteáramos al unísono la vista hacia el frente. Pero
unos segundos después, muy pocos, alentado quizá por la cálida música de Radio
3 que sonaba en ese momento y atraído por aquella primera y fugaz
impresión que ella me acababa de trasladar, he vuelto a mirarla. Y allí seguía, sonriendo
con divertida timidez al saberse observada, con sus esponjosos rizos cubriendo
sus mejillas, con su naricilla hermosa y sus jóvenes labios; con toda una vida
ajena a mí por delante.
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5 comentarios:
Si hablas de primera vez, deduzco que hubo otras. Y eso le da encanto a la historia, le suma ganas de llegar al semáforo, de encontrarlo en rojo, de inventar una historia distinta cada mañana. Al menos, cada mañana de jueves.
Me gustó mucho el texto. Eso no me sorprende en tu blog
Un beso
Con cuántos encuentro fortuitos nos hemos llegado a creer que nuestra vida estaba a punto de dar un giro? Muy bueno
Julia
Siempre me encantan estas pequeñas entradas. Cuántas vidas nos son ajenas.
Abracicos
Sencillo y emotivo
Bravo!!
María
Parece que tales encuentros los hemos tenidos todos y han despertado muchas ilusiones.
Un abrazo, Raúl.
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