El cielo se incendió, las aguas del mar dejaron de espumar y los mirlos callaron abruptamente. Como el resto del vecindario yo también bajé asustado a la calle, en respuesta a tan extraordinario episodio. Aunque los más solo se mostraban perplejos, algunos pocos, abiertamente asustados, se cogían de la mano y anunciaban plegarias entre murmullos. Se adivinaba miedo en sus rostros. Hubo incluso quienes sufrieron vahídos y todos se encomendaron, de alguna u otra forma, a potencias superiores. Yo, por mi parte, me mantuve sereno. Y con aire de entomólogo, me dediqué a curiosear entre la histeria colectiva. Claro está que era el único que conocía que, como la causa del fenómeno traía exclusiva razón en tu ausencia, todo se reconduciría cuando regresaras a casa después del trabajo.
Ocurrió hace unos días.
11 comentarios:
Un placer leerte
Gracias por dejar tus huellas
Abrazo
Te conteste a lo que escribiste en mi blog
chau y suerte
La mayoría de las veces, por no exagerar con "siempre", no hace falta más.
Hermosísima toma. Me gusta cuando pasas por aquí. Besitos
Hay ausencias que enloquecen,otras asustan y algunas incluso matan.
Que vuelva pronto del ttabajo,por el bien del vecindario
Y cuando despertaste del sueño, ella iluminó la habitación..
¡Qué poético estás con el otoño ! :)
Saludos
El amor, esa extraña enfermedad.
abrazos.
JC
Hermosa alianza.... Tu corazón y la Naturaleza!
Excelente!!!
Dramatismo romántico, me ha encantado.
Besos.
El rojo del corazón es el reflejo de un cielo herido por la ausencia...
Un abrazo.
Qué sentimiento tan agridulce el de echar tanto de menos...con lo evocadora que es la espera en sí misma
Es que la ausencia tiene sus efectos secundarios, especialmente la soledad compartida.
Un saludo,
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